lunes, 12 de octubre de 2015

ESPAÑOLIA


Nunca he sido proclive a envolverme en ninguna bandera, ya representara país, territorio o idea. Ni el ardor guerrero que en algunos países y estados llevarían a sus gentes a una confrontación directa por cualquier interés bastardo. Tampoco se me ponen los pelos como escarpias cuando escucho mi himno nacional al más puro estilo americano, al cual le invade un deseo irrefrenable de cuadrarse y, con la mano en el corazón, entonar The Star-Spangled Banner hasta cuándo va al cuarto de baño a practicar el noble arte de la desocupación mañanera.
No, no soy lo que podríamos llamar un "patriota".
                
Hice el servicio militar porque no me quedaron más cachabas y jure bandera porque, el no hacerlo, conllevaba el calabozo. No voy el 20-N al Valle de los Caídos cargado con una mochila repleta de nostalgia de tiempos pretéritos, que en muchos casos no tienen por qué ser mejores.
Nunca me plantearía marchar fusil al hombro, como lo hicieran muchos españoles, a guerrear por uno u otro ideal auspiciado por uno u otro todopoderoso líder político. 

En definitiva, no se puede decir que yo sea el más fervoroso defensor de la Patria, pero ese hecho no me impide ver en lo que, a ritmo vertiginoso, se está convirtiendo la gente de este país.

De verdad quiero pensar que todo lo que se lee por las redes sociales, lo que se escucha en ciertos programas de TV de ámbito 
político, los nuevos discursos políticos que ponen de manifiesto unos idearios que, aparentemente regeneradores e innovadores, no son más que un corta burdo corta y pega de ideologías otrora superadas, obedece más a un interés puramente político y coyuntural por la cercanía de las elecciones generales de diciembre. Unas elecciones que entiendo cruciales en el devenir de nuestro futuro más cercano.

Pero... ¿es necesario tanto odio?
¿De verdad es necesario dividir el país en dos para sacar un rédito electoral que se esfumará en dos legislaturas como máximo?
Estoy convencido que no lo es. Y ese convencimiento me obliga a reflexionar y preguntarme si toda esta oleada de odio que estamos sufriendo no obedece a objetivos mayores.
Me obliga a preguntarme si a cierta gente o entidades les interesa un país educado y culto, o les interesa mucho más un país maleable.

Y con asombro y miedo me voy dando cuenta que lo están consiguiendo.

Las nuevas generaciones, y parte de las no tan nuevas, a golpe de mantras y falacias, se van impregnando de unas ideas que su mente toma como actos de fe, y que son imposibles de rebatir por muy poderosos que sean los argumentos que utilices.

La televisión y las redes sociales, combinadas con una formación escolar y académica claramente deficiente, provocan un caldo de cultivo donde la realidad se convierte en un mundo paralelo en el cual el individuo libre se convierte en una masa informe que sigue a sus líderes como las ratas seguían al flautista.
En ese mundo paralelo nos cuentan una historia completamente diferente a la que nos contaron en el colegio cuando éramos pequeños. Hasta tal punto es efectiva la propaganda que a veces me veo revisando libros viejos y enciclopedias varias para cerciorarme de que no he estado engañado todo este tiempo.
Las purgas de Stalin, las elecciones donde Hitler alcanzó el poder, la ruina del pueblo de la Unión Soviética y todos sus países satélites, la Guerra civil Española, incluso la cantidad de hombres cultos y de izquierdas que eran grandes aficionados taurinos. Todos son ejemplos de la historia deformada, manipulada o simplemente ocultada por estos ingenieros sociales.

Casos como el de Clara Campoamor y su lucha por el sufragio femenino, al cual era contrario la mayor parte de la izquierda del momento se ocultan.
Las atrocidades cometidas por el bando republicano en la guerra, que las hubo como en todas las guerras, se justifican por haber dado el golpe de estado el bando nacional.
Piden que la iglesia condene su historia negra en los tiempos de la inquisición con un ataque furibundo en pos de la laicidad del estado al mismo tiempo que ensalzan y defienden la religión islámica por, según ellos,  estar perseguida.

Toda esta batería de ejemplos forma parte de ese mecanismo de ingeniería social que, como no podía ser de otra manera, han puesto a rodar hoy, Día de la Hispanidad.
Todo lo que huela un poquito a España hay que odiarlo, repudiarlo y destrozarlo.
La bandera, el himno, su historia y, por lo menos, la mitad de sus gentes.

Hoy la corriente favorita era rechazar la celebración a causa del "genocidio" cometido por los malvados conquistadores españoles.
Cierto es que, ante una empresa expansionista de esa índole, los daños causados no son pocos. ¿Pero estos malvados españoles eran peores que los romanos, los musulmanes de Al-Ándalus  o que cualquier pueblo conquistador de la época? 
¿Quizás Alejandro Magno, todopoderoso líder de la cuna de la democracia tan cacareada, y coronado por ley de sangre (no por votación popular), consiguió conquistar todo el mundo conocido repartiendo piruletas? 
¿Quiere decir eso que los logros conseguidos por la antigua civilización griega son indignos de loa y alabanza?

También se mezclaban otros argumentos peregrinos.
Se ha dicho que la celebración en Madrid ha costado 800.000 euros, que podrían haber sido destinados a comedores infantiles. 
Y casualmente muchos de los denunciantes de este hecho, grandes activistas pro-independencia de Catalunya, se han olvidado que el coste de la diada de este año ha rondado el millón de euros.
Se ha mezclado el paro, el modelo de estado, el gasto en defensa, se ha ridiculizado a la legión y se han reído hasta de la cabra.

Y todo esto con un único propósito.
Asociar el amor que puedas sentir por tu país a una derecha rancia con tintes fascistas.

Cierto es que nos hace falta un giro en muchos sentidos, pero toda esta gente, fomentando tanto odio, nunca admitirán  la suerte que tienen de vivir en este país.

La suerte que tienen de poder expresarse por multitud de foros y canales, pudiendo llamar ladrón a tu presidente del gobierno sin que vengan unos señores por la noche a llevarte a dar un paseo.

La suerte que tienen que, al caer enfermos, esa tarjetita de la seguridad social te asegura una atención médica gratuita y de calidad. Sistema sanitario que, dicho sea de paso, es la envidia de medio mundo civilizado, por no hablar del otro medio sumido, este sí, en el hambre y el caos.

La suerte de poder escolarizar a sus hijos gratuitamente, aun  Con todas las sombras que sobrevuelan la educación actual.

La suerte de disponer de asistencia jurídica gratuita.

La suerte de poder ser homosexual y que no te cuelguen por ello.

Nunca admitirán que ERA un país de gente buena, solidaria y hospitalaria.
Abiertos para con el de fuera sea del color que sea y profese la religión que profese.
ERA un país de gente tolerante y lleno de libertad después de 40 años de dictadura. Capaz de una transición política envidiable gracias a una generosidad me atrevería a calificar sin límites. 
ERA un país culto y preparado a la vanguardia en capital humano dedicado a las artes, la investigación y el desarrollo.

Si queréis llamarme facha por decir que estaba muy orgulloso de ese país y de esas gentes, hacedlo. No me importa.
Seguiré gritando el orgullo hacia ese país en el que ERAMOS mejores...
Hasta que llegaron ellos.

Los del odio


Si has llegado a leer hasta aquí, y te das por aludido de la crítica que expreso, solo te pido una cosa.    PIENSA

Piensa por ti mism@. Lee. Infórmate desde todos los puntos de vista. 
Consulta todas las fuentes posibles sobre un mismo hecho o noticia y PIENSA.

PIENSA si cuando alguien te cuenta algo lleva escondidos intereses que a simple vista pasan desapercibidos.

Y después de tener todos los datos PIENSA otra vez.
Colócate en la posición del "presunto contrario”, Y vuelve a PENSAR si la tuya es coherente.

Sólo entonces podrás aspirar a tener TU opinión y no la opinión de otro.


No dejes que nadie piense por ti.

Para zurrarme, dejad vuestros comentarios o buscadme en https://twitter.com/____pirata____?lang=es en twitter y debatimos.
Un saludo.


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